Fecha publicación en la web: 12/10/2019 | 1.533 Visitas
Todo lo que hoy tenemos y vivimos es un legado que nos han dejado nuestros antepasados para que, igualmente, nosotros lo transmitimos a las generaciones futuras.
Así, nuestra varias veces centenaria corporación nazarena es fruto de múltiples avatares de distinta fortuna de las que actualmente nos llegan sus hitos que, aunque parezcan lejanos en la memoria, están más cerca de lo que pensamos.
Si bien es cierto que nuestra Hermandad cuenta con varios siglos de andadura, existe en todo este tiempo un hecho de especial significación.
En el año del Señor de 1860 es (re) fundada la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de las Torres, siendo un gran artífice de este acontecimiento el sacerdote de Álora el reverendo don Lope Casermeiro García, nacido el 19-07-1806 (folio 9 vuelto, libro 27 de bautismos de la parroquia de la Encarnación de Álora), nieto de un gallego procedente de Moas (Orense) cuyo nombre era don Benito Casermeiro González, casado con la aloreña doña Isabel Bootello de Santo Domingo, e hijo de don Antonio Casermeiro Bootello y de doña Francisca Trinidad García Rojas.
Uno de los diez hermanos de don Lope fue don Antonio de la Cruz cuya una de sus hijas, Catalina Casermeiro Sánchez, fue la madre de otro recordado sacerdote y benemérito hermano de nuestra Cofradía como fue don Miguel Díaz Casermeiro (1864-1936), de quien se escribió en números anteriores de esta revista; y que gracias a los estudios de genealogía de don Alejandro Rosas Fernández sabemos con exactitud de la mutua relación familiar de estos sacerdotes que fueron hermanos de Jesús Nazareno de las Torres.
Precisamente, en la casa donde residió don Miguel Díaz Casermeiro, calle Benito Suárez n° 23, que durante muchos años custodió la cruz procesional del Nazareno de las Torres también residieron los inolvidables hermanos de nuestra archicofradía y sobrinos nietos de éste, doña Dolores y don Pedro Rodríguez Márquez (que fue hermano mayor de nuestra Hermandad).
Igualmente, don Lope fue recordado en estas generaciones posteriores de su familia e, incluso, actualmente. Don Lope estudió la carrera eclesiástica, siendo ordenado sacerdote por el ilustrísimo señor obispo de Málaga don Juan José Bonet y Orbe, muy probablemente, al final de su pontificado.
Él era de una complexión y obesidad muy notorias, tal fue así, que otro obispo posterior en la diócesis, monseñor Cascallana y Ordóñez, con su habitual gracejo, se refería a don Lope como “el Clérigo gordo de Álora”, pues así le llamaba.
Uno de sus dones fue tener una voz tan sonora, tan bien timbrada, de una intensidad y amplitud tan incomparable, que fué una lástima que no recibiese educación musical, artística, porque hubiera sido en su momento un astro de primera magnitud. El obispo Bonet y Orbe, apreciándolo así, quiso llevárselo consigo; pero arguyó que no quería separarse de su anciano padre, ni de su familia, de la que fue un constante protector durante su vida, siéndolo especialmente con aquellas de sus sobrinas las cuales carecían de medios de subsistencia.
A principios de 1841, le nombraron coadjutor y, posteriormente, llegó a ocupar los cargos eclesiásticos de beneficiado, administrador y cura teniente de la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación; no sólo por el ejercicio de su cargo sino también por su talante, era considerado “el alma de la parroquia”.
En 1860, como hemos señalado anteriormente, (re) fundó la “Antigua Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de las Torres” redactando nuevos estatutos, ejerciendo de hermano mayor en esos años, en los que afianzó el culto y procesión de la corporación, además de impregnarla de un especial carisma cofrade.
En esta renovada configuración se da origen a nuestra “despedía”, evento principal de la mayor idiosincrasia cofradiera de la Semana Mayor de nuestro pueblo del que don Lope, según testimonios orales ya expuestos anteriormente en números de esta revista, es precursor de esta ceremonia, la cual de otra manera vendría a evocar pretéritas celebraciones de autos sacramentales por su carácter teatralizado muy reminiscente de la más profunda liturgia barroca que se celebraban en semana santa.
Don Lope Casermeiro redactó su definitivo testamento el 4 de mayo de 1869 ante el notario don Antonio Rivero.
En sus últimas voluntades se encomienda a la Santísima Virgen en las advocaciones de Nuestra Señora de Flores y del Rosario. Pide ser amortajado con el hábito de la Orden de San Francisco de Asís y revestido con las sagradas vestiduras sacerdotales (como establece el ritual de enterramiento de sacerdotes).
Igualmente, pide la asistencia en sus honras fúnebres a las cofradías de las que era hermano, hecho éste muy habitual teniendo en cuenta que una de las principales actividades de las hermandades y cofradías históricamente ha sido la de asistir y enterrar a sus hermanos fallecidos, así como del rezo comunitario o aplicaciones de misas por eterno descanso de su alma (ánima), la cual entregó al Señor el 12 de octubre de 1869 en su casa de calle La Parra n° 53 (hoy n° 40), donde curiosamente también vivió en tiempos posteriores otro hermano mayor de nuestra corporación nazarena como don Francisco García Morales.
Dejó una muy grata memoria, porque su trato afable, su bondad y llaneza, el don de gentes que poseía, le hicieron verdaderamente popular, siendo recordado muchos años después de su óbito, sus dichos y ocurrencias.
Don lope, nació el 19 de Julio de 1806 y falleció el 12 de Octubre de 1869.
Antonio Luis Vila Rodríguez
FUENTES:
1. Archivo Histórico Provincial. Leg. 5829 de 1869, prot.
48. Notario: Antonio Rivero. Leg. 4045 de 1854, prot.
17. Notario: Antonio Rivero.
2. Extracto de los estudios de genealogía de Alejandro Rosas Fernández.
3. Bootello Miralles, Regino Antonio; “Historia de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de las Torres”, Álora 1991.
4. Hojita parroquial de Álora n° 275, de 15 de febrero de 1924.
Según el catastro del Marqués de la Ensenada del año 1751, había en Álora dos tiendas de paño, bayeta, especias y droguería; la una, de don Benito Casermeiro y la otra de don Antonio y don Alonso Casermeiro, hermanos del anterior. Los tres hermanos, cierto día, como buenos gallegos, decidieron allá en su pueblo de Moas (Orense), hacer el petate y mejorar su fortuna, por esos mundos. Se dirigieron a Andalucía y recalaron en nuestro pueblo.
Al poco tiempo don Antonio abrazó la carrera eclesiástica y los otros dos hermanos, emprendedores comerciantes, progresaron en sus vidas. Queriéndose casar, demostraron que pertenecían a distinguida familia hidalga y le pidieron a don Lope Bootello las manos de sus hijas doña Isabel y doña Inés Bootello Domínguez; por tanto ambos hermanos Casermeiro se casaron con las hijas de don Lope (de ahí que el nombre de Lope, sea tan frecuente entre los Casermeiro).
Hijo de don Benito fue don Antonio Bootello que casó con doña Francisca Trinidad y el gracejo andaluz, fue por tanto el protagonista de García de Rojas, que fueron los padres de nuestro biografiado don Lope, nacido el 19 de julio de 1806; siendo, por tanto, un pequeño infante, durante la Guerra de la Independencia.
Siguió la carrera eclesiástica. Era de una complexión y obesidad extraordinarias. Tanto, que el obispo Cascallana, le preguntó en cierta ocasión a don Antonio Bootello Morales por “el clérigo gordo de Álora”, pues así lo conocía cariñosamente el Prelado.
Poseía don Lope una voz fuera de lo normal, excelentemente timbrada y de una potencia extraordinaria e inmensa sonoridad. Los entendidos de aquella época aseguraban que estaba lo suficientemente dotado para cantar ópera y zarzuela. El obispo Bonety Orbe se lo quiso llevar con insistencia, para que estudiara música y educara la prodigiosa voz que poseía, que no le tenía que envidiar nada al inmortal Gayarre. Pero él no quiso abandonar a sus padres, ni tampoco su pueblo y eso que lo hubieran enviado a Roma a completar su carrera musical.
Un día del Corpus, que se encontraba en Málaga viendo la procesión, desde fuera de la misma, empezó a acompañar los cantos litúrgicos, con tan potente y admirable voz que sobresalía sobre todas, tanto que a considerable distancia lo conoció el obispo, que como es natural presidía la solemne procesión, diciendo ese es don Lope, que se incorpore inmediatamente a la procesión. Los fieles malagueños quedaron sorprendidos por el maravilloso canto del clérigo de Álora.
En don Lope que se unían la socarronería gallega y el gracejo andaluz, fue por tanto el protagonista de numerosísimas anécdotas llenas de gracia y originalidad. Quizá la más famosa fue la ocurrida dentro de nuestro templo parroquial, cierto día que salía la procesión de los niños de la Escuela de Cristo, cantando las excelencias de la Doctrina Cristiana.
Los niños chillaban y daban carreras por entre los bancos, no pudiendo ser dominados por su anciano maestro, que sofocado no podía imponer su autoridad; mientras, las personas mayores hablaban en voz alta, sin respetar el lugar sagrado. De pronto se escuchó la voz de don Lope, que llenó el ámbito de la iglesia, tan imponente que sobrecogió a los niños y apabulló a los adultos. Los niños se pusieron en fila y los adultos guardaron respetuoso silencio, pues el canto de nuestro personaje fue una admonición para todos, pues entonó «poca vergüenza, chicos y grandes». Mi padre (q.e.p.d.) nacido 17 años después de la muerte de este sacerdote, repetía mucho este canto, cuando nos amonestaba.
Llevaba la voz cantante en el coro, que en aquella época se encontraba abajo, a la altura de los altares de la Virgen del Carmen y San Antonio, a estilo de las catedrales; él -como se suele decir- llevaba la voz cantante, entonaba los salmos y el coro le respondía. En cierta ocasión que cantaba las letanías de los Santos: «San Pedro» y el coro le respondía «ora pro nobis», el monaguillo que le alumbraba con una vela encendida las páginas del libro de coro, abierto sobre el facistol, se la tenía tan cerca, que el calor le abrasaba la cara, pero el bueno de don Lope seguía sus letanías aguantando imperturbable: «Santa Inés,» ora pro nobis; «Santa Catalina,» ora pro nobis; y don Lope sudando, «San Lino,» ora pro nobis; «San Cleto,» ora pro nobis, seguía respondiendo el coro hasta que el calor del cirio casi lo quemaba y su luz hería sus ojos, no pudiendo más el buen presbítero le dijo al acólito de la vela, también cantando: «aparta la vela» y el coro por inercia le respondió: «ora pro nobis». Su dichos y hechos fueron célebres en Álora.
Era Teniente de Párroco, pero el alma de la Parroquia, organizador nato y trabajador incansable, siguiendo sus inquietudes no fue ajeno al movimiento cofradiero que se dio en Álora durante la segunda mitad del siglo XIX, eran los tiempos en que de los autos sacramentales pasaban nuestros antecesores a las actuales cofradías tal y como hoy las conocemos. Las procesiones que nacían con el culto externo del Santísimo Cristo de la Columna se complementaron con la feliz idea de don Lope de convertir el culto al Dulce Nombre de Jesús, devoción muy arraigada en nuestro pueblo, en cofradía de procesión tomando como titular al Nazareno que desde tiempo inmemorial era venerado en la antigua parroquia de las Torres. Esto ocurría en 1860, fecha desde la que presidió nuestra Hermandad durante varios años con el mismo cariño y la ilusión con que la fundó.
Nuestro Padre Jesús de las Torres, se llevó al cielo a su hijo muy querido Lope el 12 de octubre de 1869. Allá arriba, Nuestro Padre lo colocó en el orfeón celestial, para qué con su potente y melodiosa voz, compitiera con los ángeles en el Canto de las alabanzas a la Santísima Trinidad.
A mediados del siglo XVIII salieron de Moas, pequeño lugar de la Provincia y Obispado de Orense, Reino de Galicia, en dirección de Andalucia, los hermanos Benito, Antonio y Alonso, hijos de Don Antonio Casermeiro y D. Maria Gouzález, fijando su residencia entre nosotros.
En una de las actas del antiguo Catastro de Álora, la de 17 de Julio de 1751, consta que aqui habia dos tiendas de especerla, lienzo, bayeta, paño y drogueria, una propia de D. Benito Casermeiro y otra de sus hermanos Don Antonio y D. Alonso.
D. Antonio parece que después abrazo el estado eclesiástico y llegó a desempeñar un Curato de esta Diócesis.
Luego que presentaron, los otros, documentación para demostrar que eran de distinguida familia, contrajeron matrimonio D. Benito el 2 de agosto de 1751 y D. Alonso el 22 de junio de 1760, con D. Isabel y D. Inés Bootello respectivamente; hijas de D. Lope Bootello y D. Isabel Dominguez Santo Domingo.
Y no parece, sino que, en ambos, mas particular en la descendencia de D. Benito, se renovaron las bendiciones que Dios hizo a los primitivos Patriarcas, porque bien puede asegurarse que en la actualidad la tercera parte de este vecindario enlaza con los dos gallegos.
Regino A. Bootello Miralles
Revista Nazareno de las Torres, año 1997
De los números 276 y 277 de la Hojita Parroquial publicada en julio de 1924, extraemos los textos dedicados a Don Lope Casermeiro García, fundador de la actual Cofradía de Jesús.
De D. Benito, entre otros, procede D. Antonio Casermeiro Bootello, que casó con D. Francisca Trinidad García Rojas, Padres de D. Lope Casermeiro García, nacido a 19 de Julio de 1806 (Folio 9 vto. Libro 27 de Bautismos).
D. Lope siguió la carrera eclesiástica, debiendo haberse ordenado al final del Pontificado del Sr. Bonet y Orbe.
Era de una complexión y obesidad extraordinarias, tanta, que el Sr. Obispo Cascallana, con 84 flabitual gracejo, me preguntó un día por el Clérigo gordo de Álora, pues así le llamaba.
Estaba dotado de una voz tan sonora, tan bien timbrada, de 118 intensidad y amplitud tan incompuruble, que fué una lástima no recibiere educación musical, artistica, porque hubiera sido un astro de primera magnitud. El Sr. Bonet, apreciándolo asi, quiso llevárselo consigo; pero se excusó por no separarse de su anciano padre, ni de su familia, de que fue constante protector.
Desde principios de 1841, en que le nombraron Coadjutor y después también Beneficiado, hasta su fallecimiento, ocurrido el 12 de octubre de 1869, puede decirse fue el alma de la Parroquia. En 1860, fundó la Cofradía de N. P. Jesús Nazareno, que dirigió varios años y aún subsiste.
Dejó grata memoria, porque su trato afable, su bondad y llaneza, el don de gentes que poseía, le hicieron verdaderamente popular, celebrándose todavía sus dichos y ocurrencias.
Dirigía a la sazón una escuela privada, el Maestro D. Manuel Martin Galán; hombre piadoso, que nos llevaba todos los días de precepto a oír la Misa mayor, y los Viernes de Cuaresma por las tardes, nos reunía en la Parroquia, de la que saliamos, como en procesión, cantando la Doctrina cristiana.
A tal objeto, uno de los niños mayores llevaba una Cruz con un sudario, y a su lado varios cantores que entonaban el Todo fiel cristiano, y los demás repiatamos a coro en alta voz.
Una de aquellas tardes se encontraba en la Iglesia D. Lope, y al observar que D. Manuel, viejo, falto de virilidad, a pesar de haber comenzado la procesión, no podia encauzar la revuelta turbá, con su voz esplendorosa que llenó los ambitos del templo, entono un ¡Poca vergüenza… chicos y grandes…! que automáticamente cantamos todos, metiéndonos en cintura con aquel gracioso llamamiento al orden.
La tradición ha convertido aqui dichas frases, en una especie de axioma, que, dado nuestro estado social, es por deg. gracia, en muchos casos, de oportuna y adecuada aplicacion.
D. Antonio Bootello