Fecha publicación en la web: 22/08/2020 | 1.566 Visitas
Cuando nos asomamos al año dos mil cuatro llega la hora, una vez más, de ir definiendo la composición de nuestra revista que, no sé cómo, siempre se queda pequeña para lo que queremos contar.
En los últimos días volvimos a sentir en nuestras almas la variedad y singularidad de acontecimientos que nos van haciendo un poco más mayores. El nuevo cargo que mis paisanos han querido que ostente es uno de los honores más grandes para un perote y, por ello, no quiero dejar pasar ni una línea más sin dejar constancia escrita de mi agradecimiento a los que desde dentro y fuera de la Archicofradía me habéis demostrado un cariño especial arropándome en la aventura de querer más a la Santísima Virgen de Flores.
Asomarse a un nuevo año es momento de examen de conciencia, de revisar propósitos y, sobre todo, de rectificar lo que no se hace bien. De dar consejos y de recibirlos, de guardar silencios entre tanto ruido y de preguntarnos lo que Jesús quiere de nosotros.
Sin retocar mucho las ideas ni abusar de la retórica.
Hace un par de días tuvimos la experiencia de cómo la Málaga cofrade despedía a Don Antonio Ruiz Pérez, sacerdote y hombre de bien que por encima de todo se sentía y ejercía de perote. No es el momento de presentar a los lectores su denso curriculum y sus numerosas condecoraciones, todos sabemos que dirigió a las cofradías de la diócesis malagueña durante casi veinte años y de nada sirve rellenar papeles contando sus cincuenta y cinco años de servicio a la iglesia Diocesana.
A todos los que tuvimos el privilegio de querer a Don Antonio nos impactó desde niños su voz, ayudada de una corpulencia venida a menos en los últimos tiempos y que nunca fue impedimento para llenar con sus cánticos cualquier templo donde celebraba la Eucaristía.
Mi propósito para el nuevo año, que quiero compartir con todos nuestros lectores, va a ser intentar llevar un poco más a la práctica las dos grandes recomendaciones de Don Antonio: visitar el Sagrario y leer el Evangelio. Desde el cielo me va a permitir empezar asomándome al capítulo dieciocho de San Lucas donde Jesús cura al ciego de Jericó.
En este pasaje la multitud reprende al ciego para que se calle, no le hacen caso, solo responden ante sus preguntas: «…pasa Jesús Nazareno…”. Aquel hombre de fe no cesa de llamar a Jesús, no quiere dejar pasar la ocasión del paso de Jesús.
Es momento de preguntarnos si de verdad aprovechamos la ocasión de ver procesionar a Jesús por nuestras calles y plazas para ser mejores. ¿Nos ayuda el paso de Jesús para afrontar con serenidad nuestros problemas? ¿Implica nuestra procesión una actitud verdaderamente responsable ante los que son nuestros fines básicos como cofradía? ¿Para qué nos sirve el paso de Jesús? Tenemos pues, el privilegio de que en pocos días Jesús vuelva a caminar por nuestras calles, no desaprovechemos las gracias del Señor, no sabemos si las volverá a conceder, o si en la próxima primavera tendremos la dicha de volver a encontrarnos con Él. San Agustín invitaba a sus fieles a corresponder el don divino, decía:»…temo que Jesús pase y no vuelva…»
Don Antonio Ruiz estuvo siempre expectante y alerta a la llamada del Padre, evangelizó durante la friolera de medio siglo y, con doctas palabras siempre encontró la fórmula exacta para curar las distintas cegueras en las que los fieles no cesamos de caer.
Jesús Nazareno, alguna vez al menos, pasa por nuestra vida; hagamos como el ciego, insistamos, no desaprovechemos la ocasión de pedir lo que necesitamos. Si de verdad lo necesitamos y somos hombres de fe conseguiremos todo lo que le imploremos.
Por todo esto, es el momento de pedir una fe como la del ciego o como la del Padre Ruiz Pérez. Una fe firme, sin dilaciones, constante, por encima de los obstáculos, sencilla, inquebrantable hasta conseguir llegar al Sagrado Corazón de Jesús Nazareno.
Si así lo intentamos, Jesús se parará delante de nosotros y nos preguntará ¿Qué quieres que te haga? nosotros contestaremos como el ciego, «Señor, que vea». Esta frase sencilla debe aflorar continuamente a nuestros labios, salida de lo más profundo del alma. Es muy útil repetirla en momentos de duda, de vacilación, cuando no entendemos los planes de Dios, cuando se ensombrece el horizonte de la entrega. Incluso es válida para quienes buscan a Dios sinceramente, sin que todavía tengan el don inapreciable de la fe.
Si la búsqueda es realmente sincera no duden en mirar a los ojos de Nuestro Jesús Nazareno, en ellos encuentra el que suscribe las respuestas a todas sus preguntas.
Don Antonio: usted también…No habrá sido ninguna sorpresa cuando al mirar a los ojos de Dios se haya encontrado con el rostro del «Señor de las Torres».
No se ría… ya sé que repitió mil veces que era de «Dolores, sobre todo cuando alguno de nosotros estaba delante. En el fondo lo conseguía, nos quemaba la sangre; pero rápidamente terminábamos de acuerdo delante del Sagrario, donde no hay rivalidad, o cantando el himno a la Virgen de Flores, que tan orgullosamente seguirá repitiendo por todos los rincones del Cielo.
Poco más… usted sabe que no le olvidamos, siga rezando por todos los que fuimos suyos, de manera especial por la Parroquia de Álora en la que tantos buenos momentos disfrutó y, por supuesto, por toda la Málaga cofrade, para que no olvidemos sus sabios consejos y seamos cada día mejores cristianos.
Francisco Lucas Carrasco Bootello
Revista Nazareno de las Torres, año 2004